Frente a una mesa, leyendo detenidamente un libro, una joven rubia espera que su compañero de clase de literatura alemana regrese con una taza de té. Este, detrás de ella, la observa detenidamente. Observa su cabello largo, casi de oro, cayendo sobre su espalda como una hermosa cortina que llegaba casi a su cintura. Justo ahí posó su mirada con atención. La taza blanca que su mano apretaba comenzó a temblar con cierto tintineo que retumbó por la habitación. Renée miró hacia atrás, haciendo girar el oro de sus cabellos para encontrar el vacío de la habitación.
-¿Issei?- preguntó ella sin obtener respuesta. Pensativa por algunos segundos, giró sobre su silla para posar su mirada de nuevo en el libro. Quizá solamente fue el sonido del viento, o su imaginación. “¿Por qué acepté venir? No me interesa nada de él… Después de todo lo que me propuso… me da asco. En cuanto termine esto, me largo a casa y me olvido de él”.Sin embargo, el frío que invadió su nuca hizo que contemplara por última vez la ventana del edificio, lamentando mil veces a ver ido a ese lugar. Un único disparo hizo que todo se volviera negro para ella, y brillante en un vórtice de locura para él.
Sin más miramientos, Issei busco un cuchillo de cocina para comenzar a cortar el cuerpo de su víctima. Acariciaba los muslos aún tibios, blancos como jamones que poco a poco comenzaron a adquirir el color amarillo pálido de la muerte, una rigidez de piedra y el frio gélido de la tumba. Con desesperación, comenzó a cortar aquellos muslos sin mucho éxito. Desesperado, lanzó lejos aquel cuchillo en un arranque de ira y corrió de nuevo a la cocina para traer uno más grande, con más filo. Lenta y pausadamente, introdujo el cuchillo en el muslo de Renée dejando que la sangre caliente cayera sobre su mano, sobre la alfombra, absorbiendo lentamente la sangre, cortando con parsimonia hasta llegar a lo más profundo del musculo y comenzar a masticar un pequeño pedazo. Parecía atún y la grasa era del color del maíz. Un manjar para su paladar.Dos días han pasado e Issei seguía consumiendo y reflexionando sobre el sabor de la carne humana. Sin embargo, por más que pudiera guardar los restos desmembrados de su víctima, pronto entrarían en descomposición y comenzaría a invadir el olor de la muerte en todo el edificio. Incluso, la policía podría indagar en el paradero de Renée. Debía poner un plan en marcha para despistar a la policía.
Buscando entre sus pertenencias, encontró sus viejas maletas de viaje. Ennegrecidas por el tiempo, el cuero casi negro cubriría bien las manchas de la sangre que aún podrían salir del cuerpo. Con sus deformados dedos amarillentos, tomó su abrigo café pensando cual sería el lugar más adecuado para depositar los restos. En aquella cabeza enorme debía de haber un recuerdo de algún lugar donde podría lanzarlos… al agua… un río.
Rápidamente, corrió escalera abajo tropezando con los escalones para salir del edificio y dirigirse al bosque de Boulogne, donde nadie encontraría a Renée, la hermosa rubia, la deliciosa neerlandesa.Jadeante, Issei corrió hacia la orilla del río. A lo lejos podía verse las luces tenues de un restaurante con comensales que se arremolinaban de un lado para otro en medio del barullo de la música y los meseros. Se podía escuchar las risas y carcajadas por todo el lugar. Y aunque la carretera estuviera lejos, se podían también ver las luces de los autos correr en medio de la oscuridad dejando pequeñas estelas en medio de los árboles. Qué paz reinaba. Una paz que solo podía disfrutar la deliciosa Renée. “Qué suerte”, pensó Issei, depositando las maletas pesadas sobre la tierra húmeda. Con las pocas fuerzas que le quedaban, lentamente arrastró las maletas a la orilla del río, que alivio verlos flotar, bogando al olvido eterno donde nadie sabría que él fue el único en poseer su cuerpo casi de manera completa. Pero, a lo lejos comenzaron a remolinarse colores estrambóticos en la carretera. Colores azules y rojos siguieron después de la estridencia de las sirenas que, rápidamente, llegaron hasta donde Issei se encontraba paralizado por el terror de lo inevitable. -¿Cuál es el diagnostico?
-Presumiblemente, encefalitis. Mira como tiene la cabeza. Pero, no pudieron proceder legalmente contra él. Es demente y también un poco idiota.
-¿De verdad? No creo que una persona demente e idiota haga ese tipo de cosas.
-Créelo. Si pueden. Es como si encontraran una fuerza mayor a lo que su cuerpo puede darles. Y míralo, ahí en la cama, siendo atendido. En vez de que este pudriéndose en una celda.
En ese momento, un médico entró rápidamente en la habitación.
-Le queda poco de vida. Semanas quizás. – dijo este mientras veía su tabla de diagnostico.
-¿Qué pasará con él?- preguntó la enfermera en turno.
-Su padre pidió que fuera llevado a su país. Ahí morirá, o al menos eso se presume. Mejor para el.
A más de un año de aquel incidente, el recuerdo del sabor de la carne humana no se ha olvidado. Al contrario, ha aumentado el recuerdo vivido de la sangre y de la sensación de la grasa disuelta entre la saliva. ¿Encefalitis? ¡Qué va! Un simple cuadro de indigestión. Pero, siempre mi padre fue muy poderoso para poder trasladarme y darme un alojamiento, por supuesto, presumiendo la discreción que siempre nos caracteriza en nuestra familia. Francia retiró los cargos en contra, pues pensaron que moriría. Y aquí, en Japón, no tengo causas pendientes con la justicia. Soy libre, feliz y toda una celebridad.Libre, porque consumí el alma más bella que pude encontrar. Renée, querida mía.
Feliz, porque estoy completo en mis deseos más oscuros y más perversos.
Y celebridad, porque soy el caníbal más descarado de la historia.
Actualmente Issei Sagawa es una celebridad siendo invitado en varios programas de televisión. Escribe reseñas sobre restaurantes y también es escritor.
Además de escribir sobre el asesinato que perpetró, también incluyó algunos comentarios en el celebre libro Shonen A, donde se retrata el asesinato en serie de niños y donde el propio Sagawa relata el caso de Sakakibara Seito, niño de 14 años quien decapitó a otro de su misma edad.